jueves, 28 de febrero de 2008

Eclipse lunar

Ayer contemplé las estrellas y me cuestioné sobre la existencia humana.

Vamos, venimos, trabajamos, estudiamos, nos formamos, nos informamos, vamos al psicólogo, estudiamos idiomas, competimos, nos enamoramos, jugamos a la lotería, intercambiamos billetes, coleccionamos estampillas…

Pero, en definitiva… ¿qué importa de todo eso? Si somos un punto en el infinito universo, si somos como una pulga en un gran animal que contiene en él millones de sistemas solares.

En el juego del espacio no importa como cerró el MERVAL en el día; no importan los protocolos ni las relaciones diplomáticas, no tiene importancia la cotización del dólar ni el titular de un diario matutino.

Claro que si todo se resumiera en esa simple ecuación no tendría sentido la vida, pero sirve de vez en cuando cuestionar algunas de las acciones que nos parecen tan naturales y que en cierto modo son absurdas.

Me tranquiliza pensar que somos un insignificante pedacito de un gigantesco manto oscuro e interminable. Cuando reflexiono sobre eso, los problemas parecen minimizarse.

Aunque la vida no es sencilla, creo que ninguna de las cosas que nos suceden en nuestras pequeñas rutinas tienen impacto en el universo y al final de cuentas, nada es tan necesario para la existencia humana como la luz del sol; todo lo demás hoy me parece relativo.

domingo, 17 de febrero de 2008

Mi cómplice y todo

Actuando, así nos conocimos. Quizás nuestra historia es una obra de teatro. Nos reímos, nos acercamos, interactuamos. Nos distanciamos, pero nos encontramos años después. Nos apreciamos, te empecé a querer, te empecé a valorar. Bailamos, cursamos, nos reímos, conocimos gente. Y nos hicimos fuertes, nos aferramos, compartimos música, nos reímos. A veces lloramos; algunas de tristeza, otras de emoción. Bailamos, cantamos también, nos abrazamos, viajamos. Compartimos recitales, compartimos amigos, compartimos familias. Nos fuimos haciendo imprescindibles una para la otra. Me acompañaste, me escuchaste, me enseñaste. Te abracé, te entendí. Nos reímos; de nosotras, de la gente. A veces lloramos. Tuvimos charlas existenciales, nos emocionamos, nos entendimos. Nos conectamos, nos comprendimos. Y cerramos ciclos, y empezamos otros. Siempre juntas. Pasaron los inviernos, nos reímos en la nieve. Pasaron los veranos y nos reímos bajo el sol.

Nos fuimos; nos separamos. Nos reencontramos. Pasaron visitas intensas, obras de teatro, fiestas, mates, abrazos.

Y un día vendieron tu casa, y lloramos. Y me lleve una parte de vos. Me regalaste tus plantas, te abracé y lloramos; un poco de tristeza y un poco de emoción.

Pasan los años, pasan las casas, pasan los novios, pasan los trabajos, pasa la vida, quedan los amigos.

¿Qué más necesitamos?

viernes, 1 de febrero de 2008

Historias de Tren II


Si bien son amigas, entre ellas existe una conexión especial. Son tres almas esenciales que cualquier persona tiene derecho a conocer.

Belén, la más alta de las tres, es una joven con aires de mujer; su rostro curtido lleva las marcas de una vida triste, esconde las manchas de una adolescencia experimentada y agitada y las arrugas de una nostalgia futurista. Se ríe mucho y tiene gracia, transmite una confianza secreta y silenciosa; es pura, dentro de su impureza.

Esperanza le hace honor a su nombre, su pelo crespo y su sonrisa elegante son su carta de presentación, más oculta dentro de su pecho un gran corazón y una sensibilidad de la que pocas personas están dotadas. Es terca y de a ratos contradictoria, pero tiene un carisma y una sensatez, que la hacen querible.

Mariana es mi preferida, es la combinación perfecta entre jovialidad y experiencia, entre ingenuidad y madurez. Tiene rasgos únicos, perfectamente ensamblados, sonrisa amplia y labios gruesos, pelo castaño y ojos brillantes. Cualquier hombre se enamoraría de ella con solo observarla unos minutos. Es profundamente emotiva y a la vez juguetona, porque conserva la picardía y la frescura de una niñez tardía.

Siempre andan las tres juntas, y así van por el mundo conociendo gente nueva y dejando enseñanzas por la vida. Son tan distintas y tan parecidas, que por momentos parecen hermanas, porque cada una tiene algo para dar.

Belén me enseñó a creer y a tener fé, aunque yo jamás la tuve.

Esperanza me enseñó a tolerar y Mariana me hizo notar que cada situación tiene algo positivo si se la encara desde un ángulo optimista.

Son hadas, sólo que ellas todavía no se dieron cuenta.