Ciudad de locos corazones
Y si, Rosario siempre estuvo cerca. A un paso, a una escapada, a un respiro.
Una ciudad cautivante, multifacética, especial. Una ciudad de la que es fácil enamorarse. Reúne cualidades tan heterogéneas como complementarias y ofrece un abanico de sensaciones, de colores y paisajes seductores y atrayentes.
Fascinantes parques, calles angostas, peatonales, colectivos amarillos, bandoneones, aires de río. Un escenario que conquista y estimula. Un lugar dotado de una hermosura imperfectamente original.
Rosario se muestra plena, se deja conocer sin vueltas. Se abre como un libro y se desnuda ante los ojos de quien quiera contemplarla. Sin timidez ni retraimiento agasaja a sus espectadores con sus tantos trucos.
Caminándola se descubre su esencia, esa que le asigna una particularidad casi mitológica. Y parte de esa legendaria singularidad se la da el Monumento a
Y aparece también el Río, un oleante cauce de ilusiones, que se manifiesta majestuoso e intenso y que incita a navegar en sueños y a saltar descalzo por las islas del Delta. El Paraná resume la mística de esta ciudad encantada: sus aguas no reposan, bailan. Danzan al son de los ritmos santafecinos, o de los compases entrerrianos que se asoman desde la vereda de enfrente.
En este reconto de joyas rosarinas, no puede quedar afuera el Bulevar Oroño y su cultura más que estimulante. Es un pasillo largo, con una tupida arboleda que lo corona, una calle típica de bancos con forma de esfinges y de perros merodeadores y juguetones.
Rosario es galante, aunque sencilla. Es un cálido lugar en el mundo que conquista e invita, insistentemente, a regresar. Ciudad de locos corazones, de vientos bohemios y música primaveral y deliciosa. Ciudad babilónica.