lunes, 1 de septiembre de 2008

Crónica de la ciudad de Rosario

Ciudad de locos corazones


Y si, Rosario siempre estuvo cerca. A un paso, a una escapada, a un respiro.

Una ciudad cautivante, multifacética, especial. Una ciudad de la que es fácil enamorarse. Reúne cualidades tan heterogéneas como complementarias y ofrece un abanico de sensaciones, de colores y paisajes seductores y atrayentes.

Fascinantes parques, calles angostas, peatonales, colectivos amarillos, bandoneones, aires de río. Un escenario que conquista y estimula. Un lugar dotado de una hermosura imperfectamente original.

Rosario se muestra plena, se deja conocer sin vueltas. Se abre como un libro y se desnuda ante los ojos de quien quiera contemplarla. Sin timidez ni retraimiento agasaja a sus espectadores con sus tantos trucos.

Caminándola se descubre su esencia, esa que le asigna una particularidad casi mitológica. Y parte de esa legendaria singularidad se la da el Monumento a la Bandera, en donde se personifican las aguas y los andes, los próceres patrios y sus historias desconocidas, todo dentro de un imponente mar de cemento y tradición. Pero de la tradición folclórica, la que transmite un sentimiento popular, no nacionalista ni exacerbado. El Monumento es anacrónico, parece una postal congelada. Observarlo, sentirlo por un segundo, hace que se pierdan las referencias espaciales y temporales. Con un dejo de romanticismo y un estilo distraídamente europeo y novelesco, traslada al visitante a otro continente: lo confunde, lo abstrae y lo atrapa entre sus pinceladas que componen un cuadro en sepia o escala de grises, según el día. ¡Inesperado espectáculo!

Y aparece también el Río, un oleante cauce de ilusiones, que se manifiesta majestuoso e intenso y que incita a navegar en sueños y a saltar descalzo por las islas del Delta. El Paraná resume la mística de esta ciudad encantada: sus aguas no reposan, bailan. Danzan al son de los ritmos santafecinos, o de los compases entrerrianos que se asoman desde la vereda de enfrente.

En este reconto de joyas rosarinas, no puede quedar afuera el Bulevar Oroño y su cultura más que estimulante. Es un pasillo largo, con una tupida arboleda que lo corona, una calle típica de bancos con forma de esfinges y de perros merodeadores y juguetones.

Rosario es galante, aunque sencilla. Es un cálido lugar en el mundo que conquista e invita, insistentemente, a regresar. Ciudad de locos corazones, de vientos bohemios y música primaveral y deliciosa. Ciudad babilónica.