domingo, 29 de noviembre de 2009

Jueves de chacarera

Todo está listo en La Salamanca: las parejas están preparadas, los músicos ya probaron sus instrumentos y la gente espera ansiosa el inicio del baile. “El cuervo”, como le dicen al líder del conjunto que le pone música a la peña platense de los jueves, empieza con los primeros acordes y las parejas sincrónicamente se ponen en movimiento.

Alrededor de diez duplas comienzan a danzar simultáneamente. Lo hacen de manera similar, aunque cada una con sus particularidades.

Una muchacha joven vestida de rojo se destaca por su amplia sonrisa y su baile estilizado. Su pareja, un hombre mayor que ella, la acompaña modestamente. Parece como si quisiese que ella se luciera; la mira a los ojos y la escolta con su delicada danza. El encuentro visual es fundamental en este dúo, que se entrega por completo a los compases de una alegre chacarera. Los ojos se fusionan y se hablan; ellos también bailan enlazados.

Ella se ríe, él la observa mientras se desplaza discretamente en una media vuelta. Luego viene el zapateo y zarandeo y ambos se destacan en lo suyo. La joven se luce en ese paseo romboide, mostrando su encanto y simulando una pollera que no tiene, pero que hasta el público imagina. El hombre salta vibrante, haciendo chocar sus zapatos contra el suelo. Ella seduce al varón que parece cortejarla. Ambos están conectados en cada movimiento. Parecen sentirse atraídos, aunque en realidad es la danza lo que los une.

Mientras ellos- abstraídos de todo- se dejan llevar por las guitarras criollas, la gente los mira y los acompaña en sus volteretas. El ritmo alegre de la chacarera musicaliza una escena festiva. En las mesas, el público los sigue con palmas.

Se ven tan armoniosos que da placer contemplarlos. Bailan de manera afinada, elegante. Nadie se percata de que están vestidos de jean y remera, porque tienen una presencia que genera la ilusión de que están dentro de los mejores atuendos folclóricos.

“El cuervo” pellizca su acordeón con ímpetu, mientras estimula a la gente al grito de “fiesta loca”. Sus músicos lo acompañan con guitarra, bajo y batería; tocan con ganas, y parece que les da más fuerza que las parejas dancen.

La banda invita a bailar una zamba. Los dúos toman aire y comienzan su duelo de pañuelos.

La joven de rojo brilla y su compañero está casi encandilado. Ambos deslizan sus pies como reptiles por el suelo. Sus pañuelos se agitan, giran para un lado y para el otro en forma de ochos, se marean, se cansan, se tocan.

Los pañuelos se rozan, se seducen. Ellos siguen sus pasos, concentrados en la música. La muchacha exagera cada movimiento, modernizando con cada impulso al tradicional baile argentino. Recrea una zamba estilizada, una versión propia; reinventa a cada instante esta danza de ritmo mixto.

La noche se vuelve profunda, ya pasaron varias horas desde que empezaron los giros, contragiros y vueltas enteras. Sin embargo, ellos continúan con la misma energía vibrante y libidinal que los unió desde el primer momento.

Un chamamé despabila a los presentes, los dúos son cada vez más. Se suma gente al bailoteo general, cuando ya los músicos se ven cansados y la jornada parece estar empezando a terminar.

La pareja se distingue entre la multitud, por los colores, por las sonrisas, por las miradas, por la conexión. Cuerpo contra cuerpo enhebran el chamamé. Saltan de una pierna a la otra, firme y cadenciosamente.

Las caras se ven brillantes, aunque revelan agotamiento. La luna le recuerda a los presentes que en realidad es jueves. Aún no comienza el anhelado fin de semana, aunque en La Salamanca ya se había empezado a sentir desde temprano ese gusto a viernes. La banda termina de tocar y aunque siguen resonando entre las paredes los gritos de “fiesta loca”, la gente termina de aceptar que debe irse a dormir.

Se oyen aplausos para los bailarines y los músicos. La joven de rojo no quiere dejar de moverse, su compañero la saluda como quien agradece un buen momento.

Así finaliza la jornada, entre vasos vacíos y gargantas un poco afónicas. La Salamanca despide a los invitados, que le dieron sentido a sus paredes y escenario. Será hasta la próxima.